El final del camino

Dicen que cuando tienes un hijo empiezas a pensar de otra forma en tus propios padres. Cuando somos jóvenes pensamos que son una especie de superhéroes que pueden con todo y que están siempre preparados para ayudar. Y esa es la sensación que tenemos casi siempre en relación a nuestros padres… hasta que llega un momento en que te das cuenta que son seres humanos con sus debilidades y sus dudas: como todos.

Y un día llega la enfermedad y, aunque nos neguemos a creerlo, sabemos que pronto ya no estarán ahí: aunque sean mayores y ya no nos puedan ayudar como antes siempre serán nuestros padres, y nosotros sus hijos. A mi padre le diagnosticaron hace un tiempo cáncer gástrico. Era bastante mayor pero, aun así, uno nunca se espera una enfermedad de este tipo.

Desgraciadamente, su enfermedad coincidió con el nacimiento de mi hija y no pude estar con él lo que hubiese necesitado. Mis hermanos también tienen mucho lío, y aunque ayudamos en lo que pudimos, nunca parece suficiente. Mi madre también está muy mayor y la situación se complicó bastante.

Entre los hermanos, decidimos contratar un enfermero por horas que atendiera a mi padre y fue una buena decisión. Pero, con todo, yo siempre me sentí culpable. Nunca se devuelve lo suficiente a un padre o a una madre. Por mucho que un buen día asumas todo lo que han hecho por ti, nunca pareces tener tiempo para devolverle una parte de lo que te han dado.

El cáncer gástrico no iba bien y los médicos nos dijeron que nos teníamos que ir preparando. Entonces, un día, pasé por casa de mis padres, solo, sin mi mujer y mi hija y estuvimos hablando durante un buen rato. En un momento dado, debió entender mi conflicto y me dijo: “hijo, no sufras, tu hija te necesita, haz lo mismo por ella que yo he hecho por ti”. Y, claro, me derrumbé por completo.

Pero supongo que tiene razón: no es lo mismo ser padre que ser hijo, como padres tenemos una responsabilidad, pero no actuamos como actuamos para que luego nos “devuelvan” nada. Simplemente es el instinto.