Nunca pensé que la frase “mejor tenerlo en regla” iba a tener tanto peso hasta que me vi en medio del proceso de tramitación herencia Vigo. La muerte de un familiar cercano siempre arrastra un cúmulo de emociones difíciles de digerir, pero cuando a ese duelo se le suma el laberinto de papeles, firmas, citas y obligaciones fiscales, la sensación puede rozar el absurdo. Lo que parecía una simple distribución de bienes se convirtió en una sucesión de visitas al notario, llamadas a registros, colas en la administración y, sobre todo, largas conversaciones familiares que revelaron lo difícil que es mantener la serenidad cuando hay un piso, una cuenta o un terreno de por medio.
El primer gran tropiezo fue intentar reunir toda la documentación necesaria. Nadie nos había advertido que, además del certificado de defunción, se necesitaría localizar con urgencia el testamento —si lo había— y, en su defecto, iniciar los trámites de declaración de herederos, algo que no suena tan complicado hasta que te das cuenta de que puede llevar semanas. Por no hablar de que cada papel debía estar actualizado, libre de errores y registrado en la oficina correspondiente. El proceso nos enseñó, casi a la fuerza, que nada se puede hacer si no se respetan los cauces legales, y que incluso el más mínimo error en una escritura puede suponer una parada técnica que retrase todo el procedimiento.
En Vigo, como en tantos otros lugares, los impuestos asociados a las herencias no son un detalle menor. A medida que íbamos avanzando, se hizo evidente que no solo se trataba de dividir lo que había dejado el difunto, sino también de asumir los costes fiscales correspondientes. La liquidación del impuesto de sucesiones, así como el de plusvalía municipal en caso de inmuebles, generó más de una sorpresa en casa. Fue entonces cuando comprendí que la previsión —aunque resulte incómoda en vida— puede evitar auténticos quebraderos de cabeza a los herederos. Un simple trámite no anticipado puede multiplicar los costes si no se atiende dentro de los plazos legales, y eso es algo que uno descubre cuando ya no hay margen para improvisar.
La intervención de profesionales se convirtió en una tabla de salvación. Al principio creí que podríamos encargarnos entre nosotros, pero bastó un primer intento fallido de presentar documentación para darnos cuenta de que no estábamos preparados. Los abogados especializados en herencias no solo conocen las leyes al detalle, sino que además entienden las dinámicas familiares que muchas veces se entrecruzan con el proceso. Contar con su apoyo permitió poner orden en medio del caos, evitando disputas innecesarias y resolviendo aspectos como la tasación de bienes o la redacción de un cuaderno particional que se ajustara a las particularidades de nuestra familia.
Con el paso de las semanas, vi cómo incluso los más escépticos del grupo familiar empezaban a valorar el trabajo profesional como un recurso necesario, no un lujo. A través de esa guía legal, logramos establecer acuerdos que, de otro modo, habrían terminado en conflictos. Y es que nadie está realmente preparado para afrontar la maraña burocrática que surge tras una pérdida, por lo que tener a alguien que interprete el lenguaje administrativo y traduzca los requisitos legales en pasos concretos se convierte en algo esencial.
Hubo momentos en los que el agotamiento mental era evidente. Sentarse frente a un notario, escuchar lecturas eternas de cláusulas y firmar papeles sin saber muy bien cuántos más quedan por delante puede resultar desalentador. Pero entendí que es justo en esos tramos donde más importa seguir el proceso con rigor, sin dejar nada al azar. Al final, la seguridad jurídica tiene ese precio: tiempo, paciencia y acompañamiento profesional. El consuelo, si se puede llamar así, es saber que, una vez completado todo, la tranquilidad de haber cumplido con cada paso legal es mucho mayor que cualquier atajo mal tomado por prisas o desconocimiento.