‘Pigmento’ y ‘colorante’ son términos que la mayoría de los consumidores emplea como sinónimos. Sin embargo, estas sustancias presentan diferencias significativas, como la resistencia a la luz, la solubilidad o la interacción con el soporte. En general, los colorantes para pintura se añaden a productos base (p. ej., una pintura blanca que interese oscurecer), mientras que los pigmentos forman parte de todas las pinturas comerciales, junto con el aglutinante, el disolvente o los aditivos.
Según el DRAE, todo colorante es una «sustancia que, añadida a ciertos alimentos, sirve para darles color o teñirlos», mientras que el pigmento se define como una «sustancia colorante que, disuelta o en forma de gránulos, se encuentra en el citoplasma de muchas células vegetales y animales». Aclarando lo anterior, el diseñador italiano Riccardo Falcinelli explicó que «el jugo extraído de las plantas es un colorante con el que se empapa el tejido» mientras que «las tierras o las piedras molidas son pigmentos».
Una diferencia sustancial entre los pigmentos y los colorantes es su capacidad para adherirse por sí mismo a un material o la necesidad de emplear un vehículo a tal fin. Tanto los pigmentos orgánicos como los artificiales dependen de un medio para impregnar y fijarse en el soporte. Por el contrario, el colorante puede aplicarse directamente gracias a su capacidad para disolverse y combinarse de modo uniforme.
En cuanto a la tolerancia a la radiación solar, los pigmentos muestran una alta resistencia a la acción de esta energía emitida por el sol. En cambio, los colorantes no comparten esta cualidad y precisan otros aditivos para contrarrestar su pobre comportamiento ante los rayos UV.
Otra distinción entre colorantes y pigmentos, más anecdótica que práctica, es su antigüedad. En sentido estricto, el primer colorante fue inventado por el químico irlandés Peter Woulfe en el siglo dieciocho, pero el uso de pigmentos se remonta a tiempos prehistóricos.